El corrector, invisible al ojo del lector, pero presente en su lectura

12/04/2016

El corrector, invisible al ojo del lector, pero presente en su lectura

Por Amelia Padilla, correctora

No son pocos los que desconocen que tras un buen texto redactado hay más de una mano que interviene en su creación y edición posterior. Vamos a dejar que eso pase a ser parte del pasado.

Sin duda, todo texto tiene su autor (o autores, si estamos ante una obra coral), pero el proceso no se detiene ahí, en su creador, sino que avanza poco a poco hasta convertirse en un buen libro, una buena tesis, etc., pasando por las manos expertas de otros profesionales que comparten un bien común: la lengua.

Nos estamos refiriendo, en primer lugar, a los traductores (en el caso de que la obra necesite una traducción), pero como en este blog ya se ha hablado de ellos en alguna ocasión, vamos a seguir avanzando en nuestro caminar.

En segundo lugar, aparecen los correctores. Sí, sí, en plural, porque son varios los que toman el relevo. El corrector de estilo es el primero en intervenir, es el que con su pericia largamente demostrada elimina del texto las incoherencias, los pleonasmos, los anacolutos, la falta de concordancias..., es decir, libera al texto de un lenguaje farragoso, impreciso y lleno de interferencias que pueden hacer que el lector, sin  saber por qué, la mayoría de las veces, abandone la lectura. Pero como dice el refrán «cuatro ojos ven más que dos», y no se detiene ahí el proceso. Otro corrector vuelve a leer lo escrito, es el corrector ortotipográfico, el que se ocupará de eliminar las faltas de ortografía, enderezará una mala puntuación, colocará las tildes necesarias, ni una más ni una menos, repasará las estructuras sintácticas. En fin, que nada queda libre de sus miradas, atentas, entrenadas y especializadas.

Y todo esto, ¿cómo le afecta al autor?, ¿y a los lectores? Que no cunda el pánico, si la corrección es profesional, ni el autor ni el lector notarán el paso de los correctores por las palabras, las líneas, los párrafos, las páginas. Autor y lectores llegarán al «FIN» sin advertir cambio alguno que afecte al estilo, si del autor hablamos, ni al desenlace de una historia, si al lector de una novela negra nos estamos refiriendo.

Ni el corrector de estilo corrige el estilo del creador del texto, aunque pueda parecer lo contrario, sino que lo libera de ataduras tales como las manidas muletillas, por insistir con un ejemplo, ni los lectores se encontrarán con cambios extraños ajenos a la obra. Todo lo contrario.

Aceptar que un texto, una carta, una obra de ficción o no ficción... sean revisados por estos conocedores de la lengua, de sus reglas y sus mecanismos, es confiar en unos profesionales que los defenderán y dotarán de la calidad que se merecen, ¡que no es poco!

«Tus palabras son tu imagen, cuídalas» o «Pon un corrector en tu vida» son algunos de los lemas que corren por las redes sociales. ¿Te atreves a comprobarlo? Pues es muy sencillo, en UniCo (Unión de Correctores) puedes encontrarnos.

Pie de foto: La correctora Amelia Padilla. © de la foto: Judith G. Ferrán (@Jwdith)

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