26/05/2015
¿Quién escribió Hamlet?
Por Soledad Puértolas, escritora y
miembro de la Real Academia Española
Como sin duda saben, hay toda una corriente crítica dentro del amplio territorio de la exégesis shakespeariana empeñada en demostrar que el verdadero autor de la incomparable producción teatral de Shakespeare no es el mismo Shakespeare, sino otro. Francis Bacon, sostienen unos. El conde de Oxford, afirman otros. No son las únicas hipótesis. De vez en cuando, surgen, de los entresijos de la historia literaria, candidatos al título.
Todos estos estudiosos son muy concienzudos y combativos. Y, en algunos casos, incluso a menos. El libro de James Shapiro, Shakespeare (2012), por ejemplo, resulta una lectura estimulante. Buena parte de su libro se dedica a echar por tierra la posibilidad de que Francis Bacon o Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford, fueran los autores verdaderos de Hamlet. Shapiro nos da muchas razones para creer, con él, que Shakespeare es Shakespeare, nacido en 1564 Stratford-upon-Avon y allí enterrado, en 1616.
Muy al final de las muchas páginas que emplea en su demostración, recoge el breve diálogo que tiene con un amigo. «A fin de cuentas, ¿importa mucho -pregunta el amigo- quién escribió las obras?» Shapiro contesta sin dudar: «Sí, importa mucho».
¿Por qué? He aquí la cuestión. Shapiro quiere tener la certeza de que el autor de unas obras tan universalmente celebradas coincide con el personaje huidizo de quien se tienen muy pocos datos fiables, hombre de teatro de los pies a la cabeza, pero no un erudito encerrado en su torre de marfil. Un hombre de un talento natural inigualable, pero no especialmente preocupado en la conservación y difusión de su obra. Un tipo algo bohemio, metido a empresario y negocios inmobiliarios, con una facilidad pasmosa para ofrecer al público dramas y comedias que hablaban de reyes y nobles de todos los tiempos y que resultaban perfectamente comprensibles para todos, reyes, nobles y villanos. Un fenómeno.
¿Importa mucho saber quién fue el autor de Shakespeare? Sí, importa mucho, me digo, apoyando la afirmación de Shapiro. Importa porque al atribuir a una persona la autoría de una obra estamos proclamando la importancia del individuo, el pilar del pensamiento moderno.
Un año antes de la muerte de William Shakespeare, acaecida en 1616, muere, al final de la Segunda Parte del Quijote, publicada en 1615, don Alonso Quijano el Bueno. Su autor, Miguel de Cervantes, declara, haciendo hablar a la pluma que utilizó para escribir la obra «Para mí sola nació don Quijote, él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en uno…»
A partir de la declaración de Cervantes, ya no hay vuelta atrás. La reivindicación de la autoría es parte inseparable de nuestra concepción del mundo porque es muestra de la fe y el respeto que, desde entonces, se exige para el individuo.
Y eso es lo que significan los derechos de autor, ni más ni menos. Los seres humanos, uno a uno, con sus pequeños, vulgares, grandes o sofisticados nombres, y sus diversas y complejísimas vidas, son capaces de crear obras literarias, artísticas, que afectan a toda la humanidad. Y es precisamente así, al valorar la obra individual -y, por tanto, al respetar los derechos de autor- como se rinde homenaje al mismo concepto de humanidad.
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