¿España se merece una excepción cultural?

23/02/2016

¿España se merece una excepción cultural?

                                                       Por Magdalena Vinent, directora general de CEDRO* 

La Cultura es uno de los grandes motores económicos de nuestro país, es seña de identidad de nuestros ciudadanos y siempre ha sido nuestra mejor tarjeta de presentación fuera de nuestras fronteras.

Según los informes del Ministerio del ramo, la contribución económica de la Cultura al PIB en España supera el tres por ciento y da empleo a más de medio millón de personas. Es un hecho, además, que nuestros escritores, compositores, pintores, directores de cine, intérpretes y músicos llevan dando a conocer desde hace siglos la “marca España” por todos los rincones del mundo.

La contribución de los trabajadores de la cultura no está sujeta a los mercados bursátiles, ni al precio del petróleo, ni a la demanda del ladrillo ni a cualquier ley del mercado que rija la producción de un producto. Su aportación a la sociedad solo depende de su intelecto.

Muchos países de nuestro entorno tienen muy claro este principio y el impacto de la creación en su patrimonio. Por ello tratan la Cultura de una forma distinta a otros bienes y servicios y adoptan medidas que contribuyen a promover la creación y a facilitar al ciudadano el acceso a la misma. Francia es el país que introdujo el concepto de excepción cultural, que de una forma u otra es aplicado en países como Reino Unido, Alemania y, por supuesto, los del norte de Europa.

A lo largo de los años en España se han introducido algunas medidas que iban dirigidas a tratar la cultura de esta forma especial. Por ejemplo, un IVA reducido -incluso súper reducido- para el libro o algunas medidas fiscales.

Cierto es que con la llegada de la crisis las decisiones que se adoptaron en materia cultural han tenido justamente el efecto contrario al que persigue la excepción cultural y, como consecuencia, se ha debilitado, más si cabe, la situación de nuestro creadores.

Salto hacia atrás en España

Algunas de las consecuencias reflejan claramente el retraso en esta materia que se ha sufrido durante los últimos años. Disminuir a la mínima expresión la compra de libros para bibliotecas, suprimir prácticamente algunas remuneraciones que les corresponden a los creadores por sus derechos de autor, debilitar la gestión colectiva de derechos de propiedad intelectual, no adoptar medidas eficientes contra la piratería o el incremento del IVA cultural.

Ahora, por si fuera poco, desde la administración pública se está solicitando a los autores jubilados que decidan entre su pensión o recibir los rendimientos de su trabajo derivados de la publicación de sus libros (derechos de autor, conferencias, etc.).

Este tema, que es en sí mismo complejo y su regulación está sujeta a diversas interpretaciones, en el mejor de los supuestos pone al escritor en la tesitura de elegir si seguir escribiendo y contribuyendo al progreso cultural de su país o dejar de escribir para recibir la pensión, muchas veces mínima, por la que han estado cotizando toda su vida.

Como país debemos preguntarnos si estamos decididos a dejar pasar el talento de los autores de más de 65 años y cuántas obras maestras nos habríamos perdido si los escritores mayores hubieran dejado de escribir tras estas edad.

La Cultura, cuestión de Estado

Si en España la Cultura fuera asumida como una cuestión de Estado no sería necesario poner a nuestros escritores en esta decisión salomónica ni a los ciudadanos ante distintas políticas culturales en función del color del gobierno de cada momento.

Necesitamos una política que, basada en el carácter excepcional de la cultura, garantice que nuestros creadores puedan desarrollar su actividad independientemente de los avatares económicos y políticos. A cambio, les pediremos, eso sí, que sigan creando para que la cultura sea un motor de desarrollo social y y que paguen los impuestos que les correspondan como los demás.

Pie de foto: Magdalena Vinent.  Autor de la foto: F. Moreno

* Artículo publicado en la revista Qué Leer, en su número del mes de febrero.

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