05/03/2020
¿Qué me escribes, mujer?
Isabel García Adánez
Traductora literaria, profesora titular de Filología Alemana
de la UCM y miembro de la Junta Directiva de CEDRO.
El Día Internacional de la Mujer, que celebramos el 8 de marzo, está reconocido oficialmente por la ONU desde 1975 y aúna tradiciones de distintos días y distintas formas de reivindicación de los derechos de la mujer de Estados Unidos, la antigua Unión Soviética y Europa.
Las primeras huelgas se remontan a 1857, cuando las trabajadoras de las fábricas textiles norteamericanas, bajo el lema de «pan y rosas», se alzaron en contra de las jornadas de doce horas y sin derechos laborales. Unidas a las reivindicaciones de sufragio femenino también se produjeron varias grandes huelgas de mujeres en los primeros años del siglo XX, una de las más importantes, el 8 de marzo de 1909. Si bien, el punto culminante y que por fin repercutió en diversas mejoras de las condiciones fue un incidente terrible: el incendio de una fábrica textil de Nueva York, en el que fallecieron 123 mujeres y una veintena de hombres, todos ellos trabajadores inmigrantes muy jóvenes: el 25 de marzo de 1911. Este es el día que se fijó como homenaje a las mujeres en Estados Unidos, ya en los años veinte y hasta la fecha mencionada de 1975.
Por otro lado, el 8 de marzo como Día de la Mujer Trabajadora tiene otros antecedentes en los países del este de Europa: está vinculado a los movimientos feministas que se iniciaron en 1917, durante la Revolución Rusa, y no posee un especial carácter reivindicativo, sino que es una especie de «Día de la Madre», no laborable, en el que a las mujeres les regalan flores.
Hay quienes cuestionan que deba considerarse una celebración el recuerdo de situaciones de abuso, desigualdad sangrante y violencia contra las mujeres, pero también cabe plantearse que marcar un «día especial» al menos sirve para mirar atrás sobre los logros conseguidos y, a la vista del buen trecho que aún queda por recorrer hasta alcanzar una auténtica igualdad a todos los niveles, al menos, protestar en condiciones, como se hace en España desde hace, en realidad, pocos años, y así crear una nueva tradición de manifestaciones de mujeres (y no solo) que desbordan las calles y de nuevas huelgas generales con una enorme repercusión internacional.
De entre los más de veintisiete mil asociados de CEDRO, tan solo son mujeres un tercio, según el recuento del mes de febrero, para ser exactos un 33 % frente a un 67 % de hombres.
Aunque es cierto que, en el panorama nacional, hay menos «escritoras» en el sentido más estrecho y artístico del término (novelistas, poetas, ensayistas...), considerando el número de mujeres españolas en activo en todos los sectores, en la cultura, la prensa, la traducción y, sobre todo, en las universidades, llama bastante la atención que sean tan pocas. Sospecho que lo que revelan las cifras no es que las mujeres españolas escriben poco en comparación con los hombres, sino que muchísimas son (somos) autoras, pero no tenemos conciencia de serlo (luego habrá autoras conscientes de su condición, pero no asociadas, obviamente). ¿Autora, yo? ¿En serio? Sí, hay muchas formas de autoría (con sus correspondientes derechos legales que hay que defender), aparte de ser «escritora reconocida» por así decirlo.
Por mi parte, soy socia de CEDRO desde hace más de quince años y, desde 2014, formo parte de su Junta Directiva en representación del sector de los traductores. Literalmente soy uno de los seis «autores» que la componen, pues como traductora (una de las 1.395 de la Entidad) soy autora a todos los efectos (de «obra derivada», que es como se denomina la traducción, según el Art. 11 de la Ley de Propiedad Intelectual, para más señas). Ahí sí, como traductora sí, pero creo que pocas veces soy consciente de que, como profesora universitaria e investigadora, además soy autora de no pocas publicaciones académicas. Veo muy probable que sea esto lo que le pasa a la mayoría de las mujeres del mundo académico, y eso que también aquí su número será inferior al de los hombres. Este verano leí un artículo magnífico (de Ana Torres Menárguez, El País de 14.6.19) sobre el «trabajo doméstico académico», que suele recaer en las mujeres en detrimento de la investigación y del tiempo para publicar, es decir: gestión, organización y papeleo de toda índole («Sí, mejor hazlo tú, que eres tan ordenadita... tú, que te llevas bien con la gente... tú, que eres rápida tecleando...»). Lo añadimos a la lista de cosas por las que protestar el 8 de marzo.
A mí, como mujer, más que en la de «feminista militante», me temo que me tienen etiquetada en la categoría de «loca de los gatos» (bueno, como María Zambrano, si se me permite la comparación) y la verdad es que no investigo en campos relacionados exclusivamente con «la mujer», ni las asignaturas que imparto (de Filología Alemana) se prestan demasiado a abordarlas desde una perspectiva de género. También he de reconocer que, como filóloga, me espeluznan las patadas a la gramática de la lengua española que veo y oigo a diario en nombre del supuesto lenguaje inclusivo, y me resisto a emplear fórmulas dobles innecesarias, terminaciones en «e» incorrectas y despropósitos gráficos varios.
Con todo, igual que llevo haciendo un par de años, sí que voy a celebrar el Día de la Mujer a mi particular manera con mis alumnos, es más: le dedicamos la semana entera. Sin salirme de los programas, procuro organizarlos de manera que, justo esta semana, podamos colocar en primer plano a mujeres del arte y la literatura europea.
Así, en la clase de literatura de los siglos XIX y XX hablaremos de los personajes femeninos en las novelas realistas y, en la sesión de prácticas, haremos un coloquio sobre la estupenda novela de Luisa Carnés Tea Rooms (de 1932) y sobre las Sinsombrero (gracias a los dos magníficos libros de Tània Batlló y a los documentales «Imprescindibles» de La 2). Espero que nos quede tiempo para compararlas con autoras alemanas de los años treinta: Irmgard Keun, Mascha Kaléko, Annemarie Schwarzenbach o Erika Mann (sí, la hija de Thomas Mann), ya traducidas o por traducir. En la otra asignatura que tengo, sobre pensamiento y movimientos artísticos en el territorio de habla alemana, nos dedicaremos a las mujeres de la Bauhaus: Marianne Brandt, Gunta Stölzl, Anni Albers, Ilse Gropius, etc., y a las pintoras del Expresionismo: Paula Modersohn-Becker, Käthe Kollwitz y Gabriele Münter, la compañera de Kandinsky en la época del «Jinete Azul». (Nunca me resisto a comentarles que luego el ínclito padre de la abstracción se casó con otra, y nos hace gracia imaginar que fuera la musa quien le dio calabazas, harta de inspirarlo para luego no ver valorada su propia obra, igual de valiosa. Lo de siempre). Al final de la clase, volveremos la vista hacia España para rendir homenaje a María Moreno, recientemente fallecida, y a las pintoras realistas del Madrid de los sesenta y setenta.
De todo ello y mucho más quedará constancia en una sección del Campus Virtual que siempre añado como «Especial Día de la Mujer» y que recoge una bibliografía cada vez más amplia de libros y artículos, así como de materiales propios y múltiples enlaces a textos en abierto o que la universidad tiene licencia para compartir. Me parece que, aparte de las grandes manifestaciones o los memes graciosos que circularán el día 8 de marzo, esta también es una buena forma de celebración y reivindicación del papel de las mujeres, un regalo como las rosas que reclamaban las huelguistas americanas y como las que recibirán muchas mujeres en Rusia, Ucrania, etc. Poco a poco irán calando todos estos nombres, y espero que llegue pronto un día en que no sea necesario hacerle un hueco especial en la primera semana de marzo a ninguna gran mujer olvidada, y que tampoco seamos necesariamente mujeres las que nos interesamos por ellas.
No solo en Filología o «Filosofía y Letras», donde siempre ha sido así, sino en toda la universidad española de hoy se da una mayoría de mujeres más que notable. Sin lugar a duda, también es de esperar que poco a poco se vayan publicando trabajos, artículos, tesis doctorales y libros que coloquen en el lugar que merecen a las mujeres del mundo de la literatura, la filosofía, las artes y la ciencia (por cierto, últimamente se están publicando unos libros maravillosos para niños y no tan niños sobre científicas pioneras, y se están rescatando muchos nombres injustamente desconocidos).
Ni que decir tiene que escribirán igualmente sobre otros miles de materias fuera de la absurda etiqueta de los «temas de mujeres», y aquí hemos vuelto al principio: a que es muy grande el número de mujeres autoras (de hecho o todavía en potencia). Porque todas las mujeres que, por nuestro trabajo de creación o de investigación, nos pasamos una buena parte de la vida escribiendo: minuciosas o dispersas, prolíficas o remisas, organizaditas o reinas del último momento... todas somos autoras.
A ellas en especial, a mis compañeras traductoras y profesoras y a mis alumnas, les deseo un feliz Día de la Mujer. Aunque, pensándolo bien, les deseo lo mismo a mis compañeros y alumnos, que son hombres sensibles y modernos y con quienes ya no se trata tanto de reivindicar como de compartir las lecturas y el arte que nos entusiasman a todos.
© de la fotografía: Paloma Ortiz de Urbina.
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