La biblioteca «Resistiré» del hospital de IFEMA: mi mejor obra

14/05/2020

La biblioteca «Resistiré» del hospital de IFEMA: mi mejor obra

Por José Luis Molinero,
autor y cofundador de la biblioteca Resistiré del hospital de IFEMA.


El hospital de IFEMA para atender a pacientes afectados por el coronavirus fue construido en tiempo récord, y abrió sus puertas a sus primeros inquilinos el día 22 de marzo. La obra, digna de elogio según los expertos internacionales, llegaría a albergar 4.000 enfermos afectados por la COVID-19.


No obstante, a pesar de contar con todos los medios sanitarios, se trataba de una instalación fría, de grandes dimensiones y sin luz solar, donde no había espacio para el esparcimiento. Además, los ingresados no tenían televisión ni podían recibir visitas, por lo que las jornadas se hacían especialmente largas y tediosas. Fue así como una enfermera del servicio SUMMA 112, Ana Ruiz, con ayuda de algunos compañeros, tuvo la idea de llevar libros de su casa y depositarlos en un carro para uso de los pacientes. Personal sanitario de su servicio y de SAMUR-Protección Civil se unieron a la iniciativa, aportando algunos volúmenes, pero no era suficiente. Con su dedicación profesional, únicamente disponían de sus momentos de descanso para ocuparse de la incipiente biblioteca.

De esta forma, el SAMUR-Protección Civil contactó conmigo, como escritor y conocedor de su servicio, para saber si estaba dispuesto a unirme y organizarlo. Dicho y hecho. Esa solicitud de ayuda hizo que saltara un resorte en mi interior. Lo veía tan claro y mi deseo de ayudar era tan grande que, sin pensar en los riesgos, me lancé sin paracaídas: inicié de inmediato una campaña por las redes sociales para solicitar y recoger personalmente libros con los que rellenar las estanterías vacías. 

Resistire4 (© Biblioteca Resistiré del hospital de IFEMA.)

El día 1 de abril ya tenía el coche lleno, y comenzaba la mayor y más emocionante aventura de mi vida. Según me aproximaba al epicentro de la contagiosa y desconocida enfermedad, donde se concentraba el mayor número de pacientes afectados, se apoderaba de mí una extraña sensación, como si me hallara ante un coloso que me miraba de reojo. Era un pequeño autor, con cajas de libros como únicas armas, frente al poderoso monstruo. Un descerebrado Quijote arremetiendo contra los molinos de viento. Llevaba guantes y una sencilla máscara de las que se usan para pintar o evitar el polvo. Tras pasar el control de seguridad y aproximarme a los pabellones 7 y 9, me crucé con un autobús de pacientes que llegaban escoltados por la Unidad Militar de Emergencias (UME).

Reconozco que, en ese instante, sí me acordé de los consejos familiares de no exponerme, pero la decisión estaba madurada y tomada. Al fin y al cabo, era un privilegiado: tenía ante mí la oportunidad de ayudar de manera directa, en primera línea, a personas contagiadas que, en muchos casos, se debatían entre la vida y la muerte.

Al acceder al recinto, la impresión de contemplar ese inmenso pabellón —el cual había visitado en no pocas ocasiones como recinto ferial—, lleno de personas enfundadas en guantes, mascarillas y batas, con vías en sus brazos, sillas de ruedas, botellas de oxígeno, camillas…, se transformó enseguida cuando empecé a descargar las bolsas y cajas de donantes particulares, y los ingresados comenzaron a acercarse y a interesarse por las novedades literarias que traía, solicitando consejo sobre obras que querían leer.

Resistire6

Ese ritual se repetiría de manera constante durante el tiempo que se mantuvo abierto el hospital: enfermos esperando impacientes, peticiones expresas de libros concretos, lectores principiantes y otros selectivos… A los libros pronto se unieron bolsas para guardar sus enseres, revistas, periódicos, cómics, material de papelería para escribir, gafas de presbicia que permitieran la lectura… En una semana, habíamos alcanzado más de 4.000 libros, y ni cabían en las estanterías.

Las donaciones de personas anónimas, autores, empresas, y pequeñas y grandes editoriales habían superado nuestras expectativas iniciales, alcanzando una gran repercusión tanto en redes sociales como en los medios de comunicación. Tanto es así, que la Asociación de Editores de Madrid (AEM) nos concedió el prestigioso premio Antonio de Sancha 2020.

El día 1 de mayo, por fin, el hospital de campaña cerró sus puertas, pero aún quedaban libros, muchos de ellos nuevos y en perfecto estado. Mediante la Fundación Diversión Solidaria, me puse en contacto con el Servicio de Atención al Paciente, del hospital Ramón y Cajal de Madrid, que estuvo encantado de acoger a la biblioteca de IFEMA para darle una nueva vida a sus libros.

Los libros, al ser liberados, despliegan sus alas y vuelan por la cabeza, el alma y el corazón de las personas. En el Ramón y Cajal, los volúmenes de la biblioteca RESISTIRÉ de IFEMA continúan con su viaje entre los pacientes. Se cierra, así, el círculo, pero su magia y energía, que tantos momentos de placer repartió en IFEMA, no desaparece, siempre se mantendrá viva entre los pacientes del Ramón y Cajal.

 


© de la fotografías: Biblioteca Resistiré del hospital de IFEMA.

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